TOMADO DE YAHOO...EL DIA 18 DE SEPTIEMBRE DE 2012
Un vibrador no es un aparato con el que una esté familiarizada desde
niña, al menos en mi caso, no.
Estudié trece años en un colegio
religioso y en mi familia, sin ser completamente conservadora,
tampoco se podía hablar de sexo sin sentirse incómodo.
De manera que mi primer encuentro con un vibrador fue una suerte de
travesura. Caminando por las calles del centro, iba con mis amigas de la
universidad y nos encontramos una sex shop. Recuerdo que al salir me
quedé con una idea vaga sobre los aparatos. Nunca se me ocurrió
preguntar más sobre el asunto porque supuse que nadie a mi alrededor
podría ampliar la información.
Después vi un capítulo sobre
Sex and The City en el que una
de las protagonistas se compraba un vibrador y pasaba todo el fin de
semana encerrada disfrutando del juguete. Se veía divertido, pero nunca
me dio suficiente curiosidad como para adquirir uno. Hace algunas
navidades, con mis amigos hicimos un intercambio temático: juguetes
sexuales. Ahí recibí un pequeño vibrador con forma de lápiz labial. Debo
confesar que tuve que vencer muchos prejuicios para utilizarlo, pero
una vez pasado el umbral, pasó al cajón del buró donde guardo mis
objetos preferidos. Sin embargo, más allá de algunos trucos,
mi cultura lúdico-sexual es bastante limitada en lo que se refiere a juguetes; muestra de ello es que jamás me había preguntado cómo es que la humanidad llegó a diseñar esa maravillosa pieza de tecnología.
Hace poco, con motivo del próximo estreno de la película
Hysteria, el diario
The Guardian
publicó un artículo sobre la historia del vibrador. Picada por la
curiosidad, me puse a buscar más datos en otros sitios y encontré
The antique vibrator museum,
donde se pueden encontrar fotografías de vibradores antiguos e
información muy bien presentada. Resulta que en Inglaterra, a fines del
siglo XIX, las mujeres de la alta sociedad victoriana padecían una
enfermedad que comenzaba a tomar dimensiones epidémicas: la histeria.
Clínicamente, la histeria describía un
desorden mental, físico y emocional en las mujeres que requería tratamiento médico. Los doctores "descubrieron" que si aplicaban a las pacientes un
masaje en la zona genital, inducían el "
paroxismo histérico"
(mejor conocido como orgasmo), que liberaba a las mujeres de los
síntomas de la "enfermedad". Los médicos debían invertir mucho tiempo y
esfuerzo en aplicar el masaje manualmente, hasta que a uno se le ocurrió
aprovechar el principio de un pequeño motor de ventilador para producir
las vibraciones necesarias. Y santo remedio.
Las mujeres iban y venían a la clínica en repetidas ocasiones para
recibir su respectivo masaje. Fue tal el éxito que se promovía como la
panacea, incluso era promocionado en revistas como una solución para
recuperar la "salud vibrante" y un remedio contra el envejecimiento. Luego, cuando hubo electricidad en las casas, se diseñaron aparatos para que las mujeres lo usaran en la comodidad del hogar.
Mientras el orgasmo se mantuvo bajo la concepción médica de "paroxismo histérico" y el placer sexual de la mujer como "histeria",
todo iba de maravilla. Sin embargo, a inicios de la década de 1920, los
vibradores empezaron a aparecer en las primeras películas
pornográficas, y al ser relacionados con el sexo, el placer, el juego y
el orgasmo, dejaron de producirse. Fue hasta
1970 que, con la liberación sexual, volvieron a aparecer, ésta vez bajo la concepción de
juguetes sexuales. Sin embargo, su diseño estaba pensado como una extensión de la anatomía masculina y no como un aparato concebido
desde el placer femenino.
No deja de sorprenderme el daño que en nombre de la razón, la
religión y las buenas costumbres, se le ha hecho a la mujer. Me parece
increíble que hasta 1960 se pudo hablar abiertamente de la histeria no
como una enfermedad, sino como la
manifestación del deseo femenino reprimido.
A nosotros nos parece absurdo pensar que la única función legítima de
los genitales sea la de la maternidad. Pero la historia del vibrador nos
recuerda que alguna vez fue así y que en muchas culturas se sigue
mutilando psicológica y físicamente a la mujer para privarla de la
posibilidad de gozar sexualmente, ya sea con argumentos "científicos" o
"religiosos".
Es cierto que en cada cultura y en cada época existen variaciones
sobre el tema de la represión y la libertad sexual. En el caso de
Latinoamérica, las mezclas culturales y religiosas han dado lugar a
distintas concepciones sobre el placer femenino, y también sobre los
juguetes sexuales que merece la pena conocer.
Si ahora me da gusto que la película
Hysteria traiga a la luz la visión anglosajona, estoy segura que daré de brincos cuando algún
valiente se anime a investigar y a mostrar
una historia similar desde nuestro contintente;
creo que no sólo merecemos conocer la forma en que sistema de valores
ha tratado de expropiar nuestro placer sexual, también es muy importante
conocer las estrategias de resistencia a las que han recurrido muchas
mujeres para conservar esa sensualidad "latina" que, al menos allá
afuera, es considerada como un rasgo de nuestra identidad.
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